Por José Alejandro Rodríguez Núñez
Una de las problemáticas que más polémicas despierta en el marco de las fases de planificación de procesos de enseñanza y aprendizaje es la evaluación; sobre todo cuando ésta se confunde con medición, corrección y calificación, aspectos inherentes al proceso de evaluación, pero que en la práctica tienden a ser confundidos.
Según Carlos Lomas (1999) evaluar exige utilizar de una manera adecuada estrategias y métodos que nos permitan conocer lo que ocurre a lo largo y al final de cada secuencia didáctica y valorar el grado de coherencia que es posible observar entre lo que se pretende (objetivo), lo que se enseña (contenidos) y lo que ocurre en el aula (metodología). Desde esta perspectiva la evaluación ha de orientarse no sólo a indagar sobre los aprendizajes del alumnado, sino también sobre el sentido pedagógico de lo que hacemos en las aulas y de la conveniencia de revisar algunos aspectos de la práctica de la educación, sostiene Lomas.
Sin embargo, con frecuencia se asocia la idea de evaluación a las tareas de calificación, de ahí que convenga insistir en la diferencia entre evaluación y calificación. Para Martín Gordillo (1994), la función de la evaluación es obtener información significativa sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje con la intención de valorar la adecuación de las estrategias didácticas utilizadas en el aula a cada contexto de aprendizaje. En cambio, la función de la calificación escolar es reflejar el grado de aprendizaje obtenido por cada alumno y sancionar académicamente el nivel de los conocimientos adquiridos en una determinada secuencia de aprendizaje al final de cada curso o ciclo. La calificación es en consecuencia una forma convencional de reflejar los resultados de una evaluación sumativa o final y tiene una función acreditativa de los aprendizajes realizados por cada alumno.
En lo que respecta a la corrección, a juicios de María Teresa Serafini (1997) esta constituye el conjunto de intervenciones que efectúa el maestro para poner en evidencia los defectos y los errores. En efecto, corregir una redacción, por ejemplo, es una operación compleja; el maestro debe penetrar en la lógica y en la estructura interna de la redacción; debe asumir una actitud diferente según sea el género textual del escritor: para cada estudiante debe desarrollar un tipo de corrección adecuada, de modo que favorezca el mejoramiento.
En definitiva, evaluar no se limita a asignar una calificación como producto o resultado de un proceso; implica, más bien, un seguimiento procesal desarrollado a través de correcciones sistemáticas que surgen como resultado de ciertas valoraciones, asumidas por los actores del proceso enseñanza-aprendizaje: profesor y estudiante. En consecuencia, surge la necesidad de que el estudiante, actor principal del proceso, también se involucre en esta dinámica crítica, reflexiva y valorativa: la evaluación de los aprendizajes.
El autor es Especialista en Lingüística Aplicada
Una de las problemáticas que más polémicas despierta en el marco de las fases de planificación de procesos de enseñanza y aprendizaje es la evaluación; sobre todo cuando ésta se confunde con medición, corrección y calificación, aspectos inherentes al proceso de evaluación, pero que en la práctica tienden a ser confundidos.
Según Carlos Lomas (1999) evaluar exige utilizar de una manera adecuada estrategias y métodos que nos permitan conocer lo que ocurre a lo largo y al final de cada secuencia didáctica y valorar el grado de coherencia que es posible observar entre lo que se pretende (objetivo), lo que se enseña (contenidos) y lo que ocurre en el aula (metodología). Desde esta perspectiva la evaluación ha de orientarse no sólo a indagar sobre los aprendizajes del alumnado, sino también sobre el sentido pedagógico de lo que hacemos en las aulas y de la conveniencia de revisar algunos aspectos de la práctica de la educación, sostiene Lomas.
Sin embargo, con frecuencia se asocia la idea de evaluación a las tareas de calificación, de ahí que convenga insistir en la diferencia entre evaluación y calificación. Para Martín Gordillo (1994), la función de la evaluación es obtener información significativa sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje con la intención de valorar la adecuación de las estrategias didácticas utilizadas en el aula a cada contexto de aprendizaje. En cambio, la función de la calificación escolar es reflejar el grado de aprendizaje obtenido por cada alumno y sancionar académicamente el nivel de los conocimientos adquiridos en una determinada secuencia de aprendizaje al final de cada curso o ciclo. La calificación es en consecuencia una forma convencional de reflejar los resultados de una evaluación sumativa o final y tiene una función acreditativa de los aprendizajes realizados por cada alumno.
En lo que respecta a la corrección, a juicios de María Teresa Serafini (1997) esta constituye el conjunto de intervenciones que efectúa el maestro para poner en evidencia los defectos y los errores. En efecto, corregir una redacción, por ejemplo, es una operación compleja; el maestro debe penetrar en la lógica y en la estructura interna de la redacción; debe asumir una actitud diferente según sea el género textual del escritor: para cada estudiante debe desarrollar un tipo de corrección adecuada, de modo que favorezca el mejoramiento.
En definitiva, evaluar no se limita a asignar una calificación como producto o resultado de un proceso; implica, más bien, un seguimiento procesal desarrollado a través de correcciones sistemáticas que surgen como resultado de ciertas valoraciones, asumidas por los actores del proceso enseñanza-aprendizaje: profesor y estudiante. En consecuencia, surge la necesidad de que el estudiante, actor principal del proceso, también se involucre en esta dinámica crítica, reflexiva y valorativa: la evaluación de los aprendizajes.
El autor es Especialista en Lingüística Aplicada
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