lunes, 28 de junio de 2010

Evaluar: proceso dinámico, continuo y participativo

Por José Alejandro Rodríguez Núñez

Una de las problemáticas que más polémicas despierta en el marco de las fases de planificación de procesos de enseñanza y aprendizaje es la evaluación; sobre todo cuando ésta se confunde con medición, corrección y calificación, aspectos inherentes al proceso de evaluación, pero que en la práctica tienden a ser confundidos.

Según Carlos Lomas (1999) evaluar exige utilizar de una manera adecuada estrategias y métodos que nos permitan conocer lo que ocurre a lo largo y al final de cada secuencia didáctica y valorar el grado de coherencia que es posible observar entre lo que se pretende (objetivo), lo que se enseña (contenidos) y lo que ocurre en el aula (metodología). Desde esta perspectiva la evaluación ha de orientarse no sólo a indagar sobre los aprendizajes del alumnado, sino también sobre el sentido pedagógico de lo que hacemos en las aulas y de la conveniencia de revisar algunos aspectos de la práctica de la educación, sostiene Lomas.

Sin embargo, con frecuencia se asocia la idea de evaluación a las tareas de calificación, de ahí que convenga insistir en la diferencia entre evaluación y calificación. Para Martín Gordillo (1994), la función de la evaluación es obtener información significativa sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje con la intención de valorar la adecuación de las estrategias didácticas utilizadas en el aula a cada contexto de aprendizaje. En cambio, la función de la calificación escolar es reflejar el grado de aprendizaje obtenido por cada alumno y sancionar académicamente el nivel de los conocimientos adquiridos en una determinada secuencia de aprendizaje al final de cada curso o ciclo. La calificación es en consecuencia una forma convencional de reflejar los resultados de una evaluación sumativa o final y tiene una función acreditativa de los aprendizajes realizados por cada alumno.

En lo que respecta a la corrección, a juicios de María Teresa Serafini (1997) esta constituye el conjunto de intervenciones que efectúa el maestro para poner en evidencia los defectos y los errores. En efecto, corregir una redacción, por ejemplo, es una operación compleja; el maestro debe penetrar en la lógica y en la estructura interna de la redacción; debe asumir una actitud diferente según sea el género textual del escritor: para cada estudiante debe desarrollar un tipo de corrección adecuada, de modo que favorezca el mejoramiento.

En definitiva, evaluar no se limita a asignar una calificación como producto o resultado de un proceso; implica, más bien, un seguimiento procesal desarrollado a través de correcciones sistemáticas que surgen como resultado de ciertas valoraciones, asumidas por los actores del proceso enseñanza-aprendizaje: profesor y estudiante. En consecuencia, surge la necesidad de que el estudiante, actor principal del proceso, también se involucre en esta dinámica crítica, reflexiva y valorativa: la evaluación de los aprendizajes.


El autor es Especialista en Lingüística Aplicada

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